Productividad, productividad y productividad

Todo vale si la productividad es buena. De un tiempo a esta parte, los españoles hemos venido padeciendo los efectos de una crisis mordaz que no sólo acabo con cerca de cuatro millones de puestos de trabajo sino que ha dejado un legado como La sombra del ciprés de Delibes, alargada. La paradójica tensión derivada de la flexibilización del mercado laboral viene acompañada de la reminiscencia de unos salarios ya no congelados sino varios grados bajo cero. En resumen: precarización. Una precarización del sistema que se niegan a reconocer los principales actores de la economía mundial, entre ellos la OCDE. «Las reformas no causan dualidad en el mercado de trabajo», afirmaba Ángel Gurría, secretario general de la Organización, esta misma mañana. Quizá las reformas no, pero sí la necesidad y la posición de poder de las empresas ante un panorama en el que tener trabajo «a costa de lo que cueste»; todo un privilegio hoy al alcance de algunos pocos.

No obstante «al Rey lo que es del Rey» y de escucharse los consejos del secretario general de la OCDE, Ángel Gurría, los españoles deberíamos empezar a tener un mileurismo estable. Contención sí pero rebajar más los sueldos no. Ese el resumen. Y como todo fin justifica los medios en este caso la productividad es la causa última. «Productividad, productividad, productividad… Y luego la mejora del salario», enfatizaba Gurría. Triplicar la dosis para empezar a virar hacia un nuevo modelo productivo basado en las exportaciones y el impulso de la demanda interna.

Milagros no austeridad; y «austeridad contra crecimiento es un falso dilema. La austeridad es el resultado de aplicar procesos de consolidación fiscal cuando nos pasamos de rosca», explicaba Gurría. Una elegante frase en ‘macro’ con un doble fondo en ‘micro’: para que la luz se haga luz queda mucho camino que recorrer y muchos apretones de cinturón en ciudadanos, pymes y autónomos, los mismos quizá que las rebajas laborales de las que se beneficiarán las empresas para evitar su suicidio. Ante ésto la pregunta está en, si tanta atención merecen las desigualdades, ¿para cuándo la igualdad?

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