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Profecía autocumplida en China

La mayor preocupación económica actual se llama China. El aviso sobre la ralentización de su mercado inmobiliario, que representa un tercio mundial de todo el sector, no debería pillar con el paso cambiado a los expertos en economía. Pero el asunto empieza a ser noticia de portada diaria.

Por eso mismo no puedo evitar una mueca de desesperación burlona cuando compruebo que, una vez más, la economía tiene poco de ciencia y mucho de profecía autocumplida. Porque la alerta no es nueva y se viene anunciando de hace tiempo. Y aunque todo el mundo sabe que se debería evitar la gran bola que se nos viene encima, nadie encuentra cómo ponerle el cascabel al gato. Como pasó aquí hace seis años. Pero en China. O sea, es decir, a lo bestia. Con sus tallarines chop-suey y su ternera en salsa de ostras. Porque eso, ostras, es lo mínimo que vamos a exclamar cuando esto se desmadre.

Peor aún. Si nos ponemos en plan alumnos aplicados, lo de China y antes de ella lo del resto del mundo es de Primero de Ciencias Económicas, aunque algunas escuelas privadas no lo expliquen no sea que se les caiga el chiringuito. A saber, el capitalismo se basa en una cosa llamada plusvalía, que a grandes rasgos es generar más producto por menos coste para poder ofrecer un valor a un precio apetecible para el mercado. Lo malo, señor mío, es que cuando eso se desboca es como el cuento de la lechera. Y lo más cachondo de todo es que la brutal dictadura china se hace llamar comunista. Ver para creer.

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