Si alguna vez han hecho un vuelo transoceánico, y estoy seguro de que muchos de ustedes lo han hecho, estarán de acuerdo conmigo en que tienen dos opciones: o pagar un riñón y medio por volar decentemente en clase vip, o dejarse ese mismo riñón y medio en lo constreñido de la clase turista.
Las líneas aéreas no tienen resuelto el tema de cómo volar recibiendo un trato digno, y su mayor preocupación sigue siendo cómo meter más gente en un mismo cacharro volador. Hasta ahora habíamos pensado que los brindis al sol como viajar de pie habían sido eso, bromas pesadas de cualquier chiflado al que mejor haríamos en tener retirado en un chiringuito del Caribe. Pero no. Resulta que iban en serio, muy en serio, hasta que ha llegado una renombrada compañía internacional y ha patentado el asiento sillín. O sea, como en la bici, pero a 10.000 metros del suelo.
Como la ambición desmedida no tiene límite, estoy por proponerle a los ejecutivos de esta línea aérea que se dejen de medias tintas y vayan a por todas. Que patenten el vuelo Auschwitz, que consistiría en llevar a los viajeros desnudos, hacinados y sin aire aconodicionado. O el vuelo granja avícola, que sería meter al pasaje unos amontonados sobre otros y entre rejas para que no se muevan demasiado. Si se quiere ahorrar dinero hay que hacerlo en serio y sin blandenguerías. Lo que no puede ser es estar a Dios rogando y con el mazo dando, porque canta a la legua, señores míos. Hagan las cosas bien hechas.