#QuerellaparaRato

 

Hay una fecha que tengo marcada en color rojo en el calendario. Como espectador y, según me dé el año, también como ciudadano. Me refiero a los tontomaratones sobrecargados de almíbar, intérpretes de a tanto el kilo de radiofórmula, presentadoras de beatífica provocación carnal y demás ingredientes propios de la Navidad. Espacios pensados para convertir la generosidad en producto de mercachifle y acallar la conciencia del exceso festivalero.

El objetivo de los tontomaratones es apelar a la sensiblería ciudadana y recaudar dinero para un fin benéfico. Para ello, se invierte en toneladas de propaganda buenista, marketing de corte y confección, cientos de clichés a base de moralina y un star system con los pies de barro, a modo de becerro de oro cuya idiosincrasia nadie discute. El espectador muerde el anzuelo y ¡zas!, el milagro navideño se produce. De buenos que somos, parecemos tontos.

 

Por eso me sorprende, me alegra y me fascina que en un solo día, tomando como alianza las nuevas tecnologías, y apelando a valores de futuro como el crowdfunding, el movimiento 15M haya recaudado lo suficiente para presentar una querella contra Rodrigo Rato. Que a mí, la suerte judicial de don Rodrigo me trae sin cuidado. Pero la lección de los llamados “perroflautas” es toda una bofetada en la cara del sistema, sin necesidad de argucias tontomaratonianas.