Puntilla democrática a la cleptocracia

Tenía ya escritas las palabras para la columna de hoy cuando caí en la cuenta de que estamos a 20 de noviembre. Y como lo de mentar la bicha del franquismo pone nerviosos a quienes tienen añoranzas mal curadas y a veces peor disimuladas, me pareció oportuno tocarles donde les da más rabia.

Siempre he presumido de saber cómo festejaron mis padres la muerte de Panchito Pantanos, sobrenombre que le tomo prestado a un antiguo profesor de Historia Política. Si tienen en cuenta que vine al mundo en agosto del 76 y echan cuentas, podrán adivinar que mis progenitores celebraron por todo lo alto que aquel fascistilla venido a menos se fuera a rendir cuentas con Belcebú, por más que ordenara levantar una cruz tan esperpéntica como presuntuosa con el sudor de los rojos que no pasaron por el pelotón o por el garrote vil. Sí. Nacer de esa manera marca impronta. Y bien que lo celebro.

Pronto hará de aquello 40 agostos, y a saber si para entonces al fin habremos barrido de las instituciones los todavía muchos cortijos herederos de aquellos modos de entender el orden entre mandatarios y subordinados. Ya sé que no estamos como entonces, pero la cleptocracia va camino de cumplir ocho lustros como régimen de apariencia democrática, y las alcantarillas huelen en cada rincón de cada institución. No hace falta un cambio de cromos, sino darle la puntilla a quienes han dirigido este patio de colegio. Estamos maduros para ello. Falta por ver que tengamos el valor de hacerlo en las urnas.

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