De la locura independentista o del dejad a los niños que piensen en paz

Cataluña, nuestra Cataluña, la de España, se ha convertido hoy en coprotagonista de las conversaciones dentro y fuera del Hemiciclo. Dentro por las constantes alusiones de algunos grupos políticos a lo injusto del sistema de financiación o de lo mucho que han dado y lo poco que han recibido. Fuera por la decisión tardía del Tribunal Constitucional que ayer, y que me perdone el noble e inocente de ‘Rompesuelas’ (al que espero guardar en mi memoria como el último Toro de la Vega), cogió el toro por los cuernos y dándole una lección de democracia al señor Artur Mas y sus secuaces puso freno, de facto, a la locura independentista.

Muy temprano, bastante antes del café de media mañana, la vicepresidenta del Gobierno hablaba con contundencia de las «metas volantes» sobre las que trabaja la Generalitat para conseguir «determinados fines» de cuyo nombre no ha querido acordarse ni pronunciar: la locura independentista.

Locura independentista con la que se pretenden acallar cifras de déficit próximas al 2 por ciento. Locura independentista con la que se pretende silenciar una deuda de nada más y nada menos casi 67.000 millones de euros (deuda que, paradojas de la vida, en su 56 por ciento ha contraído con España).

Locura independentista con la que se pretende encubrir una «mala gestión», a pesar de la cual el Gobierno ha seguido inyectando liquidez para preservar el estado de bienestar de los ciudadanos catalanes, españoles y europeos.

Locura independentista que pone mordaza en la boca de compañeros que malgastan las horas con emisiones y debates en los que se enarbola una bandera que nada tiene que ver con la libertad de expresión.

Locura independentista que llega hasta límites insospechados, los que dibuja el populismo, la demagogia y la soberbia del que, incluso, osa presentarse como ‘libertador’, mas bajo cuyo elegante traje de chaqueta se oculta el mas vil de los villanos. Ese que se atreve a tocar lo intocable: la educación; los niños; nuestros hijos. Y es que, la que suscribe, se ha quedado, y permítanme la expresión, ojiplática al ver hoy, y de manos de un catalán, el cuestionario que, el primer día de colegio, obligan a contestar a una inocente criatura de primaria (lo que traducido a edad representa apenas nueve años) a la que abiertamente se le preguntan lindeces tales como «¿conoces a algún español?» o aún peor «¿conoces a alguien que haya viajado alguna vez a España?». Tal y como lo leen. Así de frío, así de duro y así de cruel.

Vergüenza, lástima e incredulidad. Tres sentimientos que se han agarrado a mi estómago al leer tan burda, vil y perversa barbaridad.

Vergüenza por la manipulación de la locura independentista de un Artur Mar que carece de líneas rojas y ha superado todos los límites de la ética y del respeto. Y a las pruebas me remito, señor Mas, usted y los suyos han, y repito, tocado lo intocable: los niños; nuestros hijos. Valiente cobarde el que no tiene argumentos para sostener sus sin razones y se alimenta de la pureza y virginidad política e ideológica de «esos locos bajitos», como así los definió su paisano Serrat.

Lástima, por la prisión del miedo que representa su gobierno y sus malas artes, y no lo digo yo, sino muchos catalanes; muchos más de los que usted y sus secuaces se creen y a los que obligan a guardar silencio bajo amenazas o las vaguedades de los ‘mundos de Yupi’. Prisión mordaza en la que el toque de queda lo entona la flauta del independentismo y que por enajenación de uno aliena a muchos otros.

Incredulidad, porque aún no puedo creer lo que he visto.

Sólo me queda decirles, a usted señor Mas y a sus acólitos, que si aún les queda algo de razón en su necia y absurda ceguera «dejad que los niños piensen en paz».

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