Un año agridulce

Un total de 365 días que –a buen seguro- no han sido los que Rajoy se esperaba: el paro ha aumentado, la deuda pública también, hay conflictividad social, ha tenido que tocar las pensiones, la sanidad, subir impuestos, pedir el rescate a la banca. Vamos, todo aquello que había dicho que él no haría. Agrio balance, en el que sin embargo, también podemos mirar algunos aspectos positivos:  han mejorado las exportaciones, la competitividad del país, el déficit parece que se va encauzando. Aunque el balalnce deja un sabor bastante agridulce.

 

Ya lo decía el otro día Gallardón: Gobernar, a veces, es repartir dolor. Y vaya si lo ha repartido un Gobierno que ya ha podido comprobar que no se puede fiar ni de los suyos. Que le pregunten si no a Luis de Guindos lo que piensa sobre la comparecencia ayer de Rodrigo Rato ante el juez Andréu. En ella llevó a cabo una estrategia de defensa basada en poner en marcha el ventilador y repartir a diestro y siniestro. Empezando por el propio Gobierno de Rajoy, de quien dijo que le obligaron a cambiar los números de su plan inicial, ya que tuvo que ajustarse a los nuevos requisitos exigidos a la banca en los Decretos del Ejecutivo. Vamos, que si no hubiera ido sobrado.

Pero no acaba aquí. ¿Por qué fusionar Caja Madrid con otros siete bancos? Porque el Banco de España me lo exigió. ¿Por qué salir a bolsa con Bankia? Porque Zapatero se empeñó. Vamos, que ahora resulta que él era un mero títere que seguía los dictámenes del Gobierno, que si por él fuera, no hubiera hecho nada de lo que hizo. Pues oigan, que quieren que les diga, en mi pueblo cuando a uno le piden hacer algo con lo que no está de acuerdo, dimite y deja el cargo. O por lo menos se opone con todas sus fuerzas, algo que por ahora no ha demostrado Rato que haya hecho. Ya está puesto el ventilador, empieza a repartir, y apuesten todos a que al final aquí se pondrá tierra sobre el montoncito que huele mal, y a otra cosa mariposa.