Tarjeta negra, careto rojo

Leyendo los extractos de los gastos de las tarjetas black, ya saben ustedes de qué les hablo, me ha venido a la cabeza la imagen de un clásico de la publicidad ‘made in Spain’, el del atún claro Calvo, cuando el examinador de atunes pregunta al aspirante: “¿Pero tú tienes estudios, piltrafilla?”

Un espíritu muy similar anima a las partes implicadas en este asunto, que tiene más de moralina y vergüenza torera que de administración fiduciaria responsable. Me pongo en la cabeza de quien diseñó las tarjetas, me pongo en las manos de quien las repartió, me pongo en los ojos chispeantes de quienes las recibieron y las usaron, y a todos ellos sé que les guia un aire de superioridad similar al del examinador de atunes: tienen estudios, dicen; los demás, no. Se siente. Haber pedido muerte.

Y sí. Muchos de ellos, formados en las mejores escuelas privadas y con currículums de vértigo, inspiran a personajes de medio pelo que presumen de glamour, y que en verdad tienen menos gallardía que un villano de cómic. Esta gente, que tan pronto se lo gastan en un billete de Metro como en un Zalacaín, ignoran que la clase, el estilo, la elegancia, la nobleza… es no tener la desfachatez de hacerte un supermercado o un cabina telefónica a base de tarjetazo limpio. Mucho presumir, y al final resulta que los que no tienen estudios, los piltrafillas, son ellos. Lo mínimo es que se les ponga el careto como un tomate de Mazarrón, con los extractos completos que salieron ayer domingo a la luz.

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